Un nuevo aniversario de la gesta democrática del 30 de octubre de 1983, tiene un profundo significado para los hombres y mujeres que fueron contemporáneos a esa fecha, pero para la generación de la que formamos parte, esa etapa nacional tiene una resignificación que queremos transmitir, porque nos llega un legado político y social imposible de traicionar.
Para poder llegar a ese día pasaron muchas cosas en la argentina, desencuentros, violencia, corrupción, muerte, tortura, rencor, odios, etc. etc.… por lo tanto el 30 de octubre de 1983 nace una nueva sociedad, la sociedad del dialogo, de la libertad, de la lucha por la justicia social, del respeto por los derechos humanos en todas sus formas. Aquí es justo destacar que a lo largo de estos 26 años del sistema democrático, la política en todas sus formas y expresiones, partidos políticos, organizaciones sociales, representantes sectoriales, tanto obreros como empresarios, etc., no ha podido brindar mayores márgenes de calidad de vida a la mayoría de la sociedad; aunque –y no es poco- hemos logrado consolidar el sistema democrático, permitiendo que la libertad penetre en el inconciente colectivo como un valor natural, al que pareciera que no hay que alimentar todos los días, y entendiendo que ha llegado para quedarse para siempre.
El desafío de la sociedad argentina es poder lograr incluir a miles de compatriotas que hoy se encuentran en la exclusión, familias enteras que ven transcurrir sus días sin la mínima esperanza de poder asegurarle un futuro cierto a sus nuevas generaciones. La responsabilidad de la hora es lograr consensuar políticas de estado mínimas para transformar esta realidad, el cómo lograrlo es el muro a franquear.
Somos, los hijos de la democracia, quienes tenemos que afrontar este compromiso irrenunciable. Somos hijos políticos de una gesta que tubo como protagonista principal a Raúl Alfonsín, el hombre del que aprendimos, entre otra cosas, que la democracia es diálogo y consenso, y es ética de la responsabilidad. La democracia es un ejercicio cotidiano, que se construye entre todos, por lo tanto hay que actuar y trabajar en esos consensos mínimos de los que toda la sociedad tiene que comprender que esta obligada a participar.
Las ideas y el pensamiento que desarrolló Raúl Alfonsín a lo largo de su vida no las heredamos los nuevos o viejos actores políticos, sino y solamente ejerciendo en la practica esos valores. Por tanto, el único legado que dejo el primer presidente de la democracia recuperada, es la obligación de transformarnos en constructores de ideas y valores comunes, de crear puentes de entendimiento entre los distintos actores sociales y, fundamentalmente el fortalecimiento de la Unión Cívica Radical como uno de los canales para viabilizar esos desafíos.
Los radicales debemos comprender que la sociedad necesita que dejemos de pegarnos codazos entre nosotros, adentro de los comités, para poder ser la alternativa que ponga como eje central la realización de la justicia social en la República. Solamente lograremos esto si hacemos los máximos esfuerzos para poder convivir, dialogar y definir una agenda común entre nosotros; y desde allí ir a la búsqueda del conjunto del pueblo argentino.
Los jóvenes que rodearon a Alfonsín desde el inicio de su vida política hasta su muerte, iniciaron su largo peregrinaje coreando la consigna “somos la vida, somos la paz”, un rezo laico que resumía la lucha que llevaban adelante. Esa frase se hizo carne en la mayoría de la sociedad, que acompañó y militó esa premisa para lograr ese objetivo, hoy hecho realidad.
Hoy, a 26 años de aquella epopeya histórica, los hijos de la democracia ratificamos nuestro compromiso con los valores de la Unión Cívica Radical, y con los hombres que como Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia, Ricardo Balbín, Crisologo Larralde, Moisés Lebenshon y Raúl Alfonsín, dejaron su impronta y enriquecieron la savia de las raíces que se introducen en las mas profundas realidades de nuestro pueblo, porque comprendemos, y estamos convencidos que luchamos “con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Para poder llegar a ese día pasaron muchas cosas en la argentina, desencuentros, violencia, corrupción, muerte, tortura, rencor, odios, etc. etc.… por lo tanto el 30 de octubre de 1983 nace una nueva sociedad, la sociedad del dialogo, de la libertad, de la lucha por la justicia social, del respeto por los derechos humanos en todas sus formas. Aquí es justo destacar que a lo largo de estos 26 años del sistema democrático, la política en todas sus formas y expresiones, partidos políticos, organizaciones sociales, representantes sectoriales, tanto obreros como empresarios, etc., no ha podido brindar mayores márgenes de calidad de vida a la mayoría de la sociedad; aunque –y no es poco- hemos logrado consolidar el sistema democrático, permitiendo que la libertad penetre en el inconciente colectivo como un valor natural, al que pareciera que no hay que alimentar todos los días, y entendiendo que ha llegado para quedarse para siempre.
El desafío de la sociedad argentina es poder lograr incluir a miles de compatriotas que hoy se encuentran en la exclusión, familias enteras que ven transcurrir sus días sin la mínima esperanza de poder asegurarle un futuro cierto a sus nuevas generaciones. La responsabilidad de la hora es lograr consensuar políticas de estado mínimas para transformar esta realidad, el cómo lograrlo es el muro a franquear.
Somos, los hijos de la democracia, quienes tenemos que afrontar este compromiso irrenunciable. Somos hijos políticos de una gesta que tubo como protagonista principal a Raúl Alfonsín, el hombre del que aprendimos, entre otra cosas, que la democracia es diálogo y consenso, y es ética de la responsabilidad. La democracia es un ejercicio cotidiano, que se construye entre todos, por lo tanto hay que actuar y trabajar en esos consensos mínimos de los que toda la sociedad tiene que comprender que esta obligada a participar.
Las ideas y el pensamiento que desarrolló Raúl Alfonsín a lo largo de su vida no las heredamos los nuevos o viejos actores políticos, sino y solamente ejerciendo en la practica esos valores. Por tanto, el único legado que dejo el primer presidente de la democracia recuperada, es la obligación de transformarnos en constructores de ideas y valores comunes, de crear puentes de entendimiento entre los distintos actores sociales y, fundamentalmente el fortalecimiento de la Unión Cívica Radical como uno de los canales para viabilizar esos desafíos.
Los radicales debemos comprender que la sociedad necesita que dejemos de pegarnos codazos entre nosotros, adentro de los comités, para poder ser la alternativa que ponga como eje central la realización de la justicia social en la República. Solamente lograremos esto si hacemos los máximos esfuerzos para poder convivir, dialogar y definir una agenda común entre nosotros; y desde allí ir a la búsqueda del conjunto del pueblo argentino.
Los jóvenes que rodearon a Alfonsín desde el inicio de su vida política hasta su muerte, iniciaron su largo peregrinaje coreando la consigna “somos la vida, somos la paz”, un rezo laico que resumía la lucha que llevaban adelante. Esa frase se hizo carne en la mayoría de la sociedad, que acompañó y militó esa premisa para lograr ese objetivo, hoy hecho realidad.
Hoy, a 26 años de aquella epopeya histórica, los hijos de la democracia ratificamos nuestro compromiso con los valores de la Unión Cívica Radical, y con los hombres que como Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia, Ricardo Balbín, Crisologo Larralde, Moisés Lebenshon y Raúl Alfonsín, dejaron su impronta y enriquecieron la savia de las raíces que se introducen en las mas profundas realidades de nuestro pueblo, porque comprendemos, y estamos convencidos que luchamos “con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Germán L. Jardón
Secretario General UCR La Costa
La Costa, 30 de Octubre del 2009.-