miércoles, mayo 18, 2011

CRISIS Y DESAFÍOS PARA LA SOCIALDEMOCRACIA INTERNACIONAL



Por Fernando Pedrosa
para Escenarios Alternativos
 
Las rebeliones populares contra los gobiernos autoritarios de Hosni Mubarak (Egipto) y Zine El Abidine Ben Alí (Túnez) pusieron sobre el tapete la situación política de algunos partidos que integraban el colectivo socialdemócrata internacional, la Internacional Socialista (IS). La paradoja es obvia: mientras se manifestaban parte del mundo progresista – y eran reconocidos como tal por sus pares- en sus propios países sostenían regímenes autoritarios y corruptos donde no se cumplían ni las mínimas condiciones para el establecimiento de una democracia.

Si bien al comenzar las primeras movilizaciones, la IS decidió expulsar de sus filas a ambos partidos (la Reagrupación Constitucional Democrática de Túnez y el Partido Nacional Democrático de Egipto), el costo político de haberlos integrado hasta ese momento no se redujo por haberlos echado en su peor hora.

La difusión pública sobre la pertenencia de los partidos oficialistas tunecino y egipcio al espacio socialdemócrata internacional ha sido un fuerte golpe para la ya reducida credibilidad de la IS. Los medios del mundo –no sólo aquellos de tendencias cercanas a la derecha- han resaltado sistemáticamente esta situación, dejando a la IS tratando de explicar algo inexplicable.

Cuando el caso del partido tunecino tomó estado público, el líder los socialistas en el Parlamento Europeo, el alemán Martin Schulz, ensayó una débil excusa: “De vez en cuando uno se da cuenta de que hay ciertos integrantes de la propia familia y se sorprende ha sido expulsado, pero sí, era miembro y su partido era miembro” a la que siguió una peor reelaboración del viejo dicho “yo no fui, fuimos todos”, cuando afirmó que también el Partido Popular Europeo había firmado un acuerdo de cooperación con Ben Alí.

Lo que ocurre hoy en día en los países del norte de África no es ninguna sorpresa (ni siquiera para Shulz) como tampoco lo es la crisis de la Internacional Socialista. Lejos quedaron los tiempos de gloria y prestigio que la organización vivió a partir de 1976 cuando fuera liderada por Willy Brandt. En la actualidad, la falta de cohesión ideológica de la organización socialdemócrata es fácilmente observable al leer su larga lista de partidos asociados que incluye desde chavistas moderados, laboristas ingleses, liberales colombianos hasta los laboristas israelíes y los palestinos de Al Fatah.

Esta verdadera ensalada ideológica tenía sentido en el siglo XX, en un mundo donde la polarización estimulaba a que diversos actores, con programas y lógicas de funcionamiento muy diferentes, cooperaran entre ellos para sostener un espacio político intermedio entre soviéticos y norteamericanos. En aquel contexto era entendible la reunión de organizaciones tan disímiles y que Brandt denominara entonces como la “cooperación elástica”.

Pero lo cierto es que la situación del mundo cambio y desde que finalizó la guerra fría cada vez menos miembros de la IS pueden acreditar credenciales socialistas, laboristas o socialdemócratas verdaderamente probadas en su historia o en su acción presente.

Ante la crisis que desató -también en la socialdemocracia- la caída del socialismo real, cada partido europeo buscó reacomodarse en su propio arsenal ideológico. En algunos casos esto implicó desde una vuelta devaluada a los postulados clásicos de la socialdemocracia (especialmente los nórdicos), hasta la fulgurante –y efímera- aparición de la “tercera vía” de Giddens en el laborismo inglés. Desde relecturas del republicanismo de Philipp Petit, en el caso del socialismo español, hasta aquellos que simplemente abandonaron la búsqueda de ideas más profundas para navegar en las calidas aguas de la coyuntura y las encuestas de opinión.

Menos habituados a los lujos programáticos, la gran mayoría de los partidos latinoamericanos, africanos, asiáticos y algunos de Europa del Este prefirieron recurrir a lo que tenían más a mano: el neoliberalismo, las viejas tradiciones populistas, caudillistas o directamente autoritarias, que finalmente, derivaron en el mapa político que hoy conocemos y que en Túnez y Egipto se representó más que gráficamente.

Sin embargo, como toda crisis, también abre una oportunidad. Los partidos socialdemócratas y afines pueden volver a optar, como en otras etapas de la historia, por refundar un verdadero espacio con vocación trasnacional y con capacidad de sentarse en la mesa de negociaciones con los restantes actores del escenario geopolítico.

El modelo de internacional orgánica -propio del siglo XIX- está ya perimido y por ello debe plantearse un nuevo funcionamiento democrático, en forma de red y asociado a las nuevas tecnologías. Una nueva organización con menos miembros y más voluntad internacionalista debe coordinar la actividad de los partidos pero también integrar a movimientos sociales, líderes políticos, intelectuales y otras personalidades con influencia global.

Este nuevo espacio socialdemócrata debe sostenerse en ideas y programas comunes, buscando vincular la política nacional con la global, más que preocuparse por el amontonamiento de organizaciones. El objetivo a mediano plazo podría ser conformar el primer partido global que identifique su ámbito de acción en la geopolítica del poder accionando coordinadamente sobre el G20, el FMI, la OEA, UNASUR y las restantes organizaciones internacionales. Sin embargo, un primer paso ineludible a corto plazo debe apuntar a una verdadera transformación democrática de las Naciones Unidas y a un fortalecimiento de la Corte Penal Internacional. En Sudamérica el desafío es construir un verdadero parlamento del MERCOSUR, elegido mediante voto directo y con potestades legislativas reales.

No parece haber otra opción que actuar coordinadamente frente a los desafíos globales que las estructuras nacionales ya no pueden acometer en forma individual. Esto es imperativo para los gobiernos socialistas europeos –especialmente en España y Grecia- que no podrán superar la situación actual si continúan encerrados en sus fronteras nacionales.

Pero también, es un llamado de atención para aquellos partidos del resto del mundo que están al mando de Estados más débiles y que son rehenes de una agenda de problemas que no originaron: La crisis financiera, el cambio climático, la lucha contra la pobreza, la trata de personas, las migraciones, la proliferación nuclear y la lucha contra el narcotráfico son algunas de las tareas para las que se requiere una renovada militancia global.

Para ello también hay que influir en una opinión pública internacional que se haya sensibilizada cada vez más por estas cuestiones pero que no encuentra la forma de transformar en poder político concreto su capacidad de movilización y presión. Si la socialdemocracia nació regulando al mercado nacional para sostener la redistribución de la riqueza en forma equitativa y lograr sociedades más justas, es hora que empiece a pensar que para cumplir con estos objetivos hoy es necesario comenzar a globalizar la democracia y con ella, al socialismo democrático.